III
“¿Bienvenida?”
Una brisa helada y reconfortante acaricia suavemente el rostro relajado de Camille. Sentada en una banca de madera desgastada bajo la sombra acogedora de un frondoso manzano, observa somnolienta cómo los estudiantes ingresan en el edificio que recorrió con incertidumbre hace unos minutos. Poco a poco, el bullicio juvenil se desvanece, dejando tras de sí un paisaje desolado y silencioso, ideal para sumergirse en el sutil murmullo de las hojas mecidas suavemente por el viento.
Cierra los ojos para entregarse a la percepción de ese sonido rítmico y calmante. Delicados rayos de sol se filtran entre las ramas, alcanzando su piel tersa y fría, generando una placentera sensación de calor y serenidad.

Sin percatarse, Camille se abandona lentamente al sueño: primero los brazos descansan sobre su regazo, luego sus piernas ceden al peso del descanso, y finalmente, su cabeza encuentra apoyo en el respaldo del asiento.
Sumergida en un profundo estado de ensoñación, pierde completamente la noción del tiempo. Sin advertirlo, es envuelta en un paisaje onírico, distante de cualquier preocupación que la haya agobiado momentos atrás.
De repente, pasos ligeros interrumpen el silencio. Una joven menuda y de baja estatura emerge del edificio principal, descendiendo por las amplias escaleras con una naturalidad pausada. Sus ojos, brillantes y atentos, buscan un lugar en el cual reposar durante unos minutos, deteniéndose lentamente al notar la presencia de la dormida Camille.
–¿Estás bien? –pregunta con suavidad la chica de cabello ondulado, color cobrizo, y un marcado acento italiano que endulza cada palabra.

Camille despierta sobresaltada, sin entender muy bien qué ha sucedido.
–Sí, sí… ¿Por qué? ¿Qué pasó? –responde rápidamente, tratando de ocultar su desconcierto.
–No lo sé, me pareció que dormías y… las clases ya comenzaron –responde la pelirroja con una sonrisa amable y una voz melodiosa que despierta en Camille una inesperada tranquilidad.
La joven Delaunoy frota sus ojos con lentitud, esperando que la visión borrosa desaparezca y pueda regresar a la realidad que aún no termina de entender. Un aroma cálido y floral, que recuerda a la primavera, invade sus sentidos brindándole comodidad.
–Creo que sí dormí un poco. Debió ser justo después de que la agradable campana sonase –termina con un tono humorístico y tímido.
–Créeme, la campana puede ser muchas cosas, pero “agradable” no es una de ellas –ríe la pelirroja con complicidad–. Espera a escucharla veinte veces al día, todos los días…
Ambas sonríen con timidez, dando lugar a una conexión instantánea, envuelta en una atmósfera familiar y cálida.
–Soy Margherita Adriazolla –dice la chica, extendiendo una mano llena de energía y confianza.
–Camille Delaunoy –responde, aceptando el saludo con la misma naturalidad con la que acepta el inesperado encuentro.
Margherita, llena de pecas y con una sonrisa espontánea, toma asiento junto a Camille.
–¿Qué haces aquí afuera, sola?
–No lo sé realmente… supongo que solo respiro –contesta Camille encogiéndose ligeramente de hombros, todavía confundida.
–Eres nueva, ¿verdad? –Camille asiente insegura–. Pero entonces, ¿por qué no estás en clases? Si ya te iniciaste, deberías estar dentro. Un mago nunca deja de serlo una vez iniciado… –se detiene, pensativa–, a menos que vengas de la Cuarta dimensión…
La expresión perpleja de Camille le confirma a Margherita lo que intuía. La sonrisa de la italiana evoluciona, mostrando ahora la calidez de alguien que pareciera haber conocido desde siempre.
–No puedo imaginarme cómo debes sentirte ahora mismo. Claro que no entiendes nada. Creciste en una dimensión sin magia, sin poder imaginar todo esto –susurra Margherita con sincera empatía, acercando su mano delicadamente sobre el hombro de Camille.
– ¿Quieres que te acompañe a Enfermería? Tienen unas pócimas energéticas estupendas. Te aseguro que te sentirás mucho mejor.

–Muchas gracias… –Camille se pone en pie, caminando junto a Margherita hacia el interior del recinto.
Después de algunos pasos en silencio, añade con cierta timidez–: ¿Puedo hacerte una pregunta?
–Claro, adelante.
–¿Cómo es posible que sepas que vengo de la “Cuarta dimensión”?
Margherita suspira profundamente, levantando la mirada al cielo, reflexionando antes de responder con calidez y certeza.
–Lo cierto, Camille, es que hace ya bastante tiempo que sabíamos de ti y de tu llegada. Era solo cuestión de tiempo. Sabíamos que algún día aparecerías. Así que, aunque todo esto te parezca extraño ahora mismo, créeme: estás exactamente donde deberías estar. Bienvenida –concluye con una sonrisa tan genuina y honesta que Camille, por primera vez desde su llegada, se permite creer que todo esto puede tener sentido.
El sentimiento cálido de aceptación invade a Camille, dejando atrás el desconcierto inicial.
Margherita camina a su lado, proyectando una energía positiva y reconfortante. Un vínculo invisible, pero poderoso, acaba de crearse entre ambas. Desde ese instante, Camille comprende que nada volverá a ser como antes, marcando el inicio de una amistad profunda y significativa, tan mágica como inesperada.
